Es extremadamente complicado definir una causa del abuso de sustancias. Un gran abanico de factores que contribuyen al problema ha sido definido como "condiciones" que pueden considerarse como factores correlativos que influencian el consumo y los patrones de dependencia.
Los problemas de drogas no se dan nunca aislados. La existencia de otros conflictos personales y contextuales, agravan los problemas. Muchas veces se dan en un contexto de conflictos en los que las drogas aparecen como una manifestación de situaciones complejas. Para poder comprender un poco mejor esas condiciones donde surgen los problemas de drogas, los investigadores sociales han sugerido diversas clasificaciones de aquellos factores que influyen en el abuso de sustancias.
Estudios recientes sugieren tres categorías principales que agrupan estos factores: factores personales, factores interpersonales y factores culturales/sociales. Estas categorías incluyen enfoques de distinto corte teórico, donde cada uno da mayor o menor preponderancia a la influencia que cada categoría tiene en el abuso de drogas.
Toda intervención está enmarcada en algún modelo de partida, de forma implícita o explícita, desde el cual se explica un determinado proceso social y se proponen estrategias concretas de actuación. Así, podemos entender un modelo como una guía que da sentido a la acción, integrándola en estrategias globales, evitando el activismo, el hacer por hacer y la pérdida de los objetivos iniciales de referencia.
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Nuestra propuesta tiene como punto
de partida un conjunto de modelos surgidos en diferentes campos del
conocimiento y de la intervención. Cada uno de ellos supone un aporte
específico que puede ser útil en el ámbito preventivo, no sólo en
drogodependencias sino también en la prevención de otros "problemas
sociales" que afectan a la comunidad, como la violencia social e
intrafamiliar, las situaciones de abandono de la infancia, los procesos de
callejización, etc. En su conjunto, estos marcos de referencia se constituyen
como "miradas" complementarias para entender y abordar estos
fenómenos.
Desde el modelo ecológico recogemos la importancia de orientar la intervención preventiva hacia la interacción de la persona y su ambiente, teniendo en cuenta los diferentes niveles que rodean a los individuos.
Los distintos niveles dónde se mueve una persona podrían representarse como círculos concéntricos, donde el más cercano sería el de los espacios primarios de socialización (familia, escuela, amigos) y el más lejano sería el de las condiciones macro sociales, políticas y económicas. Todos los niveles influyen en los itinerarios vitales de la persona de forma más o menos directa, interrelacionándose entre sí, y, por lo tanto, todos tienen que ser considerados para entender un fenómeno social como el de las drogodependencias. Este enfoque, la intervención estaría basada en:
· Potenciar las características personales que permitan una adaptación y/o modificación del entorno según las necesidades de cada uno.
· Intervenir en todos los niveles, desde el personal hasta el macro social, para potenciar los factores protectores y minimizar los factores de riesgo.
· Potenciar una relación coherente entre los niveles y entre los distintos agentes que intervienen en cada nivel. Por ejemplo potenciar la relación entre la familia y la escuela, entre la familia y los amigos, entre la formación profesional y las condiciones del mercado laboral, etc.
Desde el modelo biopsicosocial
se recoge la importancia de promover la responsabilidad individual y social
en el mantenimiento de la salud, entendiendo ésta como un proceso de
desarrollo continuo a nivel físico, psíquico y social.
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Una de las principales aportaciones
del modelo
biopsicosocial, en el ámbito preventivo, es el concepto de "factor de riesgo". Factor de
riesgo ha sido una de las definiciones más reveladoras en el campo de la
prevención, no sólo por lo que significa sino por la operatividad que conlleva
a la hora de delimitar aquellos elementos, circunstancias o hechos que tienen
una alta probabilidad de asociación con el consumo de drogas. Desde este
enfoque se entiende factor de riesgo como aquel conjunto de circunstancias,
hechos y elementos personales, sociales o relacionados con la sustancia que
aumentan la probabilidad de que un sujeto se inicie y se mantenga en un consumo
de drogas. Son condiciones de posibilidad que pueden confluir en un momento
determinado y aumentar la vulnerabilidad de una persona respecto al consumo de
drogas.
No existe una causalidad directa
entre los factores de riesgo y consumo, pero se sabe que la conjunción de los
factores de riesgo puede despertar la vulnerabilidad en los sujetos respecto al
uso de drogas y pueden generar una predisposición favorable al consumo. Las
drogas son más necesarias cuanto más vulnerables son las personas. Ningún
factor por sí solo puede explicar el fenómeno del abuso de drogas, pero sí la
conjunción de varios, desde las demandas del entorno a factores personales.
La
drogodependencia podría explicarse como un aprendizaje social en una situación
social, vinculado íntimamente con la propia dinámica cultural, donde las
características del individuo y las de la sustancia determinan la interacción
que consolida ese aprendizaje social
El objetivo metodológico de este
modelo es el de ofrecer una definición del conjunto de causas que subyacen a
los problemas sociales vinculados al comportamiento humano.
Desde este
modelo, la prevención debería incidir en la reducción de factores de riesgo y
en la búsqueda de comportamientos alternativos al consumo de drogas. La
modificación del fenómeno, dentro de este marco de promoción de la salud no
sería sólo responsabilidad de instituciones e instancias sociales, también
pasaría por la estimulación de la participación social en el ámbito de la
prevención.
El modelo de competencia es
también una referencia útil para orientar la intervención preventiva, ya que
se centra en potenciar las capacidades de las personas y las comunidades e
implicarlas en la búsqueda de soluciones a sus a sus propios problemas, favoreciendo
la autogestión ante los problemas.
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Por otro
lado, el modelo de competencia social, a diferencia del anterior, pone
el interés en la conceptualización positiva de la salud y la focalización de
las competencias existentes más que en los déficits de los individuos. Este
modelo se centra en actividades preventivas diseñadas para promover el
desarrollo cognitivo, las destrezas conductuales y socioemocionales que
proporcionarán comportamientos más adaptativos y por tanto una mayor capacidad
para afrontar situaciones críticas vitales.
La
competencia individual para la interacción social actúa como factor de
protección frente al consumo de drogas por lo que es imprescindible formar a
los individuos para hacerles más capaces y activos a la hora de afrontar
situaciones de riesgo. Desde este modelo se pretende:
·
Desarrollar actitudes positivas de afrontamiento, que refuercen la
sensación de control y aumenten la autoestima de las personas y de los
colectivos.
·
Dotar a las personas de herramientas de análisis: definición de
problemas, capacidad de abstracción, capacidad de anticipación de
consecuencias.
·
Desarrollar estrategias de resolución de problemas: habilidades de
comunicación, habilidades de trabajo en equipo.
Estos
modelos de referencia, complementarios entre sí, se constituyen como bases
teóricas sobre las que fundamentar la intervención comunitaria. Esta
intervención en el ámbito de la prevención de los consumos de drogas pretende
el desarrollo de los factores de protección y la disminución de los factores
de riesgo, en el marco de la comunidad, y tomando la participación como motor
de desarrollo personal y colectivo.
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La
categorización de factores de riesgo y de protección no deja de encontrarse
instalada en el campo de lo relativo, es decir, sirve globalmente para
categorizar e instrumentalizar la intervención. Algunos profesionales asemejan
los factores de riesgo y los de protección con las dos caras de la misma moneda
o incluso se habla de que son una única cosa. Si detectamos los factores de
riesgo que en un individuo o grupo aparecen, al intervenir sobre ellos estamos
fortaleciendo a ese individuo o grupo y, por tanto, estamos promoviendo
factores de protección.
Cada factor de riesgo puede ser tal
en una situación concreta en la vida de una persona, pero en otra circunstancia
puede no ser un riesgo sino una protección, o lo que es lo mismo, en un
determinado grupo ciertos comportamientos pueden ser protectores y en otro de
riesgo.
Durante todos los estadios del ciclo
vital del desarrollo evolutivo del individuo hay situaciones de riesgo o de
crisis inevitables, momentos de disfuncionalidad propios que el individuo debe
afrontar en el proceso de construcción vital. Del mismo modo, con la gran
cantidad de factores de riesgo determinados no existe ninguna persona o grupo
social que sea lo suficientemente fuerte, seguro o maduro para encontrarse
libre de riesgo.
No obstante, no existe una
competencia en términos absolutos, sino que se puede decir que un sujeto es
competente cuando sabe hacer uso de los recursos personales y ambientales para
lograr un progresivo resultado evolutivo.
Dada la imposibilidad de la conexión
directa y explícita entre causa y efecto del origen de los problemas de drogas,
la realidad de un mercado de consumo de drogas donde la oferta variará en el
tiempo según las corrientes de la demanda y la necesidad real de formar al
individuo en aspectos psicorrelacionales, la prevención desemboca en un
planteamiento único que debe realizarse a través de procesos de desarrollo
educativo que busquen propiciar la madurez de los individuos y los grupos.
¿Cuál
es nuestra estrategia de prevención?
Existen otros modelos que explican y
proponen estrategias de actuación a la hora de abordar lo problemas de abusos
de drogas, que conviven con los enfoques mencionados anteriormente y que
completan las distintas aristas que tiene un fenómeno tan complejo como éste.
Se impone abordar el fenómeno de las drogodependencias valorando las
aportaciones de los diversos enfoques. Al margen del discurso social, se trata
de una cuestión de oferta y demanda.
Por lo tanto, en la lucha contra las
drogas, adquieren sentido dos tipos de estrategias:
Control de la oferta: Alcanza toda
su razón de ser en la medida en que contribuye a la protección de la sociedad,
especialmente de los grupos más vulnerables, más necesitados de ser protegidos
por su carencia de garantías autónomas suficientes, como es el caso de los
niños y adolescentes. Es un control que la propia sociedad se auto impone, a
través de legisladores, políticos y fuerzas de seguridad y que pretende,
mediante fórmulas diversas, evitar o regular la presencia de drogas ilegales o
legales.
Reducción de la demanda: persigue
reducir el atractivo y la función instrumental de las drogas, informando sobre
sus riesgos, facilitando alternativas de vida y favoreciendo el desarrollo de
personas y colectivos menos frágiles, más seguros, libres y autónomos. La
reducción de la demanda se articula mediante dos tipos de actuaciones:
explícitas o tendentes a mejorar las situaciones de riesgo de consumo a través
de acciones formativas e informativas; transversales que, mediante la potenciación
de hábitos de vida, valores y actitudes propias de una sociedad sana y madura,
buscan la aparición de factores de protección frente a la oferta de drogas.
Aunque, lógicamente, todos los
aspectos del problema son importantes, nuestro modelo de actuación centra su
actuación en el ámbito que, en el contexto del momento, interpreta como más
necesario y más próximo a las posibilidades de acción: la prevención de los
problemas de drogas a través de la reducción de la necesidad y demanda de las mismas.
Esta estrategia, original e innovadora en un tiempo en que primaba el esfuerzo
por el control de la oferta y por la atención al drogodependiente, ha sido con
posterioridad ampliamente reconocida por los organismos internacionales
responsables: UNESCO, OMS, Naciones Unidas, Unión Europea, etc., que están
planteando de forma clara y contundente la necesidad de potenciar la prevención
como la vía más eficaz de abordar este problema.
Partimos pues, de un concepto, la
prevención, entendida en un sentido amplio que abarcaría toda acción tendente a
evitar o disminuir el consumo de drogas o a paliar los efectos que el consumo
puede presentar en los consumidores, sus familias y allegados y en la sociedad
en general; todo ello actuando desde y sobre la propia sociedad y sobre los
individuos, buscando la potenciación de los propios recursos personales y
comunitarios y la promoción de unas personas y unos grupos sociales más libres,
más seguros y más solidarios ante los problemas de las drogas.
Las
estrategias de prevención de los consumos de drogas en el campo de la reducción
de la demanda deben adaptar sus objetivos a la evolución de unos problemas de
drogas que, además de darse en contextos sociales cambiantes, plantean
continuamente necesidades nuevas.
Esta
adaptación de las fórmulas ha debido hacerse sin merma de las que se entienden
como exigencias metodológicas inexcusables.
La prevención debe reunir, al menos,
algunas de las siguientes características:
·
Debe ser
viva: acompasándose a los cambios del contexto social.
·
Deber ser
continuada: no centrándose en acciones aisladas.
·
Debe ser
comprensiva: involucrando a distintos agentes y grupos sociales.
·
Debe ser
técnica: huyendo de actuaciones voluntaristas.
·
Debe ser
evaluable: para conocer su alcance y su eficacia.
En la
actualidad cuando se habla de una intervención adecuada en prevención del
consumo de drogas implica la existencia de una serie de elementos subyacentes
sobre los que se construye esa intervención. Uno de esos elementos
constituyentes es el modelo teórico de partida, que necesariamente ha de estar
validado, siendo la base sobre la que se ajustan el resto de los elementos.
La
prevención educativa
Abogamos por un enfoque educativo de
la prevención, entendiendo la educación como un proceso intencional que
pretende mejorar a los sujetos. Cuanto más capacitadas estén las personas, más
posibilidades de manejarse satisfactoriamente en las distintas situaciones que
entraña vivir en una sociedad cada vez más compleja. Desde este planteamiento,
educar para la vida, siendo un concepto a la vez tan genérico y concreto, al
mismo tiempo es la propuesta fundamental de la intervención en prevención.
Propuesta que se articula de forma singular según el espacio donde se
desarrolle la acción.
Así como no existe una única causa o
factor que lleve al abuso de drogas, no existe tampoco un único enfoque o
respuesta que pueda prevenir el abuso de drogas. Las estrategias de prevención
tienen que relacionarse con las necesidades del individuo y el grupo y tiene que
dirigirse a atender las necesidades, condiciones y factores particulares que
son prevalentes. La respuesta tiene que ser sensible y apropiada al entorno,
cultura y grupo diana y tener los objetivos claros con respecto a los
resultados que se pretende obtener.
La intervención en prevención desde
el modelo educativo contempla todas las esferas educativas y todos los ámbitos
posibles donde la acción de educar se concreta. Por lo tanto, trabajamos desde
los ámbitos escolar, familiar, asociativo, comunitario, etc.; ámbitos todos
ellos de socialización para el individuo desde edades tempranas, lo que les
confiere un papel privilegiado para la formación integral del sujeto.
Ejemplos
de estrategias preventivas educativas…
Una
estrategia preventiva que pretenda aumentar la sensibilidad sobre el tema de
las drogas en la población general podrá utilizar campañas de sensibilización
social a través de los medios de comunicación aunque su impacto sobre las
conductas de uso y abuso de drogas no sea significativo.
Si la población objetivo son niños
que todavía no han usado sustancias psicoactivas, una estrategia adecuada puede
estar relacionada con programas de salud y habilidades sociales para ayudar a
desarrollar capacidades y destrezas que disminuirán la probabilidad de que
surjan problemas de abuso de sustancias. Además, podemos desarrollar la
autoestima, transmitir información, desarrollar normas subjetivas, alternativas
de ocio, etc.
Con población juvenil que ya está
experimentando o usando drogas, las estrategias tendrán que incluir además un
enfoque más pragmático e incidir en aumentar el conocimiento sobre sustancias y
sus efectos y las consecuencias de su uso junto con el tema de las conductas de
riesgo asociadas.
Con aquella
población que ya está abusando de sustancias, la estrategia tendrá que
centrarse inicialmente en las conductas problemáticas y en reducir los daños o
minimizar los riesgos para prevenir futuros abusos.
Si la población diana son los
intermediarios, como los padres, profesores, etc., la estrategia podrá
enfocarse a facilitarles conocimientos relevantes sobre el tema y las
habilidades necesarias y apropiadas para promover la comunicación entre sí y la
población de niños y adolescentes que tienen a su alcance. También podemos
desarrollar estrategias que orienten sobre la educación moral y el desarrollo
afectivo de hijos y alumnos.
A nivel individual podremos trabajar
con los procesos de crítica y reflexión de los valores sociales, las actitudes
personales y el desarrollo de las competencias de interacción social.
En el grupo tendremos que favorecer
el compromiso grupal entre padres y educadores, el asociacionismo y la creación
y fortalecimiento de las redes comunitarias.
El enfoque de prevención, por lo
tanto, tiene que ajustarse para que satisfaga las necesidades de la población y
los objetivos de cada intervención. Las estrategias no son únicas ni
excluyentes entre sí. Necesariamente debemos combinarlas. El objetivo final es
que con la intervención se reduzcan las posibilidades de abuso de drogas.
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