viernes, 31 de agosto de 2012

Por qué un Centro de Investigación y Prevención?

Hay pilares fundamentales dentro del desarrollo del campo investigativo, preventivo y educativo pero nos enfocamos en la "re-educación" del individuo a modo de hacerle ver y comprender que es necesaria la información obtenida a lo largo de su ciclo para prevenir situaciones de riesgo ante cualquier tipo de adicción aplicadas en sus áreas de acción. (Familia, estudios, trabajo, sociales, etc) 

El recorrido histórico del problema y el balance de lo realizado hasta ahora confirman la idea de que la cuestión de las drogodependencias dista mucho de estar resuelta y de que probablemente no lo esté nunca. Debemos eludir tanto los planteamientos simplistas como las posiciones maximalistas, ambos dudosamente eficaces. 

Tenemos claro que los problemas no se solucionarán ni a través del control pleno del narcotráfico, ni con la liberación de los consumos, sea cual sea la aproximación intelectual de la que se parta, está claro que las vías de respuesta a las drogas no son nunca ni únicas ni unívocas. Entre otras razones porque, como hemos visto a lo largo de la historia, junto al consumo de las llamadas drogas ilegales, ha aparecido el fenómeno de la alteración de las pautas de consumo de las legales (sobre todo el alcohol) que, según todos los análisis, nada tienen que ver ni con la incidencia del narcotráfico ni con la tolerancia de su oferta pública, sino con contextos culturales muy determinados, con valores morales y sociales colectivos y comportamientos individuales que configuran la situación real de la "salud pública" en cualquier país. 

Como se dice en esta presentación, los efectos de las drogas han aparecido siempre a lo largo de la historia de la Humanidad, con manifestaciones, efectos y percepciones muy diversas que evolucionan continuamente. Las drogas, en este sentido, son un problema permanente, lo que no quiere decir que sean un problema sin solución. Lo que cambia es el modo de afrontar el problema. De ahí la necesidad continúa de las tareas de prevención por ende, CIPCAD nace como un Centro de Investigación y de Prevención Contra el Abuso de Drogas incorporando la figura del “Agente Preventor” no como agente anti narcótico, sino más bien en función a "desmitificar", no sobre el uso de las drogas, sino sobre las posibles consecuencias del abuso de todo tipo de sustancia legales e ilegales dentro de los parámetros de la Prevención en todos sus aspectos.

El problema de la droga… 

Los usos de las drogas no son nuevos, tienen el mismo recorrido y en paralelo que la historia de la Humanidad. Las sustancias, algunas de ellas actualmente en desuso, han sido objetos de constante convivencia e intercambio dentro de los pueblos y entre ellos. 

El significado de las drogas ha variado según la cultura y el momento histórico. Los fines de su uso han sido muy dispares, desde rituales mágicos, religiosos, terapéuticos, festivos, hasta simplemente ociosos. El significado y el sentido que se les atribuye han determinado la relación que el individuo o el grupo establece con ellas. 

Según el significado atribuido se ha dignificado o se ha despreciado el uso de algunas sustancias. Ha habido periodos en los que se ha legitimado el uso de ciertas sustancias y otros en los que las mismas han sido prohibidas. Épocas en las que el consumo de ciertas sustancias se ha extendido de forma masiva en el seno de la sociedad a pesar de las prohibiciones de su uso. También en alguna de estas etapas el consumo se ha convertido en un problema para ciertos grupos humanos. Y por último, en más de una ocasión se ha experimentado terapéuticamente con una sustancia, se ha venerado su facultad curativa y al poco tiempo ha sido retirada por sus efectos secundarios y su peligrosidad para, con el tiempo, salir nuevamente a la luz con una connotación nueva: droga. 

Las drogas están integradas dentro de las culturas con diversos significados y funciones. Esta convivencia histórica da a entender que el uso de drogas no siempre ha sido exclusivamente disfuncional y disruptivo sino que también ha tenido un carácter funcional y benefactor, individual y socialmente, en algunos momentos y situaciones concretas de la historia de las sociedades. No se pueden entender los riesgos de las drogas sin entender los beneficios que producen y los que se le atribuyen. 

Hablar de la funcionalidad de las drogas en el seno de una sociedad es sumamente delicado ya que se puede interpretar fácilmente como la aprobación, el fomento de situaciones de consumo irresponsable y la banalización de todos los problemas asociados al mismo. Sin embargo, la convivencia con ciertas drogas se ha dado con la misma naturalidad que la convivencia con otros objetos de consumo cuyo uso se instrumenta con un sentido dentro de la comunidad. 

Cuando el significado de esa sustancia no estigmatiza ni a su uso ni al usuario, aunque la relación que algunos sujetos puedan establecer sea problemática, no tiene trascendencia en la comunidad. Esto no excluye que en otras épocas el consumo de ciertas sustancias haya implicado también riesgos. 

No faltan documentos de los que se deduce la preocupación sobre los efectos indeseables que produce el consumo de ciertas sustancias, donde se remarcaba el límite de lo tolerable tanto en cantidad, en forma de consumo y comportamiento social con el fin de que no se produzcan situaciones deplorables tanto para individuos como grupos. Por lo que, al margen del momento histórico, el consumo de ciertas sustancias ha supuesto riesgos claramente asociados a la vulnerabilidad del sujeto. Fragilidad en el individuo que asociada a circunstancias ambientales puede generar problemas. 

Lo cierto es que, cuando ha aumentado la demanda de ciertas drogas, se han incrementado los riesgos que conlleva el consumo. El origen del incremento de la demanda puede ser múltiple, pero el hecho de que se popularice el consumo de una sustancia supone muy probablemente la pérdida o banalización del significado original y, a su vez, la descontextualización de su uso. 

Si al hecho del riesgo asociado a los efectos que la composición de la sustancia ejerce sobre el individuo que la consume, se le suma la pérdida del significado original de la sustancia consumida y la descontextualización del uso, los riesgos de establecer una relación problemática con esa sustancia aumentan considerablemente. Esta situación se agrava cuando se extiende el consumo dentro de los distintos estratos sociales y cada vez es mayor el número de individuos potencialmente susceptibles de problemas. 

Si en una sociedad se tipifica una sustancia como droga con un valor nocivo y se le atribuye una peligrosidad, generando una percepción negativa que actúa como filtro, se disminuye la probabilidad de que se consuma debido al temor y recelo que provoca en algunos grupos sociales. En el caso de ser consumida, los usuarios se encuentran en una situación de mayor riesgo. Sin embargo, cuando las sustancias forman parte de la idiosincrasia de una cultura, y están socialmente aceptadas, el uso se vive con tal naturalidad que la percepción de riesgo queda disminuida hasta tal punto que sólo es palpable cuando el problema ya es muy grave. 

La convivencia que la sociedad tiene con las drogas socialmente aceptadas y las no aceptadas genera percepciones parciales y comportamientos muy contradictorios. Los estragos que han causado las no aceptadas, como por ejemplo la heroína o algunos derivados de la cocaína, han disminuido la percepción del riesgo que conlleva el consumo de las drogas aceptadas dentro de la cultura. Éstas, causantes también de un sin fin de malestares -a nivel individual, familiar y socio sanitario- carecen de la atribución necesaria para que se perciba el riesgo que conlleva su consumo. 

Otra de las consecuencias de la polarización entre las drogas aceptadas y no aceptadas es que favorecen la estigmatización de un perfil concreto de consumidor de drogas y contribuyen a potenciar la percepción de invulnerabilidad frente a los riesgos de los consumos de sustancias socialmente aceptadas. 

No obstante, contemplar la importancia que tiene el significado de una sustancia, la contextualización de su uso, el rol funcional y/o disfuncional que desempeñan según el momento y la construcción de la percepción social de los riesgos que conlleva consumir drogas, nos permite analizar de una manera más amplia el fenómeno del consumo de drogas del último tercio del siglo XX. 

Características de los problemas de las drogas… 

En los momentos de cambio dentro de una sociedad se agudizan las situaciones problemáticas, se intensifican situaciones que antes tenían sólo cierto cariz de potencial peligrosidad, para convertirse en ese periodo de crisis en uno más de los síntomas del mismo, en un problema real en el que se exacerban sus consecuencias negativas, como es el caso de los consumos de drogas. 

Por eso los problemas de drogas nunca aparecen aislados, normalmente se correlacionan con otros conflictos o ayudan a agravar otros problemas. Más que un problema en sí mismos, se producen en un contexto de conflictos tanto individuales como sociales. 

Las crisis de consumo de drogas que la Humanidad ha vivido tienen un aspecto común y es que su consumo está asociado a un cambio cultural, que produce una conversión de ciertas drogas en productos de consumo. 

Otros elementos que influyen en la génesis actual del problema, además de los cambios culturales y sociales tan vertiginosos de esta época, han sido la facilidad de las comunicaciones y de los intercambios y la progresiva sofisticación del comercio que ha facilitado el creciente comercio internacional y la creciente complejidad de redes ilícitas de tráfico. Asimismo, la existencia de amplias zonas geográficas en gravísima situación económica, social e institucional ha propiciado que extensos territorios se dediquen al cultivo de productos naturales básicos y a la producción de otras sustancias con distinto nivel de elaboración. 

La influencia de estos aspectos en interacción con otros como los valores predominantes de un pueblo o país, el grado de bienestar alcanzado, la presencia y accesibilidad a las drogas, la aceptación social de las mismas, el grado de participación ciudadana, etc. hace que sea inevitable acudir a una visión comprensiva cuando se quiere entender fenómenos como éste, al que no se puede acceder si no se atiende a la interrelación de los distintos factores que lo conforman y a que la relación entre ellos configura la situación que entendemos como problema. 

Desde este punto de vista, esta última crisis de drogas viene acompañada de una globalización y homogeneización de los problemas, es decir, la mayoría de los países están afectados por los mismos problemas, aunque en cada país haya manifestaciones singulares y concretas. 

En estas décadas se ha extendido el consumo de sustancias socialmente no aceptadas afectando a todos los estratos sociales de alguna manera. Ha surgido de forma creciente un colectivo muy significativo con necesidad de atención socio-sanitaria debido al abuso de drogas. Se han multiplicado los delitos asociados a consumo de drogas o de personas con problemas de drogas que roban o agreden en busca de la financiación del consumo. Además se han expandido enfermedades infectocontagiosas aparejadas a ciertos patrones de consumo, como el SIDA que tiene, entre sus vías de transmisión, las prácticas asociadas al consumo por vía parenteral. Todos ellos han sido problemas de impacto internacional con singularidades concretas en cada país, ya sea en la sustancia principal consumida o el patrón de consumo. 

En estos años, en la mayoría de los países, se han instrumentalizado planes de actuación en los que se ha contemplando la sensibilización de la población frente al problema. Sin embargo, el fenómeno del consumo de drogas es dinámico y cambiante y desde su eclosión hasta la actualidad ha sufrido ciertas variaciones. 

No sólo han cambiado los patrones de consumo sino que cada vez hay más oferta de sustancias para responder a la demanda de cualquier potencial usuario. La diferenciación entre países productores y consumidores se desdibuja cada vez más, entremezclándose la producción y el consumo en los mismos espacios. 

El perfil de consumidor de drogas, tan presente en la memoria colectiva, ha comenzado a perder las características inicialmente tipificadas para resurgir como sujetos socialmente integrados lejos de la marginalidad. Igual ocurre con estereotipo de traficantes de drogas, cada vez más próximos en algunos países a estratos sociales acomodados y carentes de otra práctica delictiva. 

El impacto del abuso es amplio en la actualidad. Puede tener efectos sustanciales en el individuo, su salud o su estilo de vida. Puede tener efectos significativamente negativos en la familia y amigos del consumidor así como en su salud y bienestar. Hay también efectos potenciales en el trabajo y en el rendimiento. Solamente debemos pensar en el número de accidentes de tráfico y sus efectos en las personas, que derivan del abuso de alcohol y de otras sustancias. 

La violencia es otra área que aparece frecuentemente asociada al abuso de sustancias. Violencia que puede adquirir diversas formas: crímenes o actos violentos relacionados con la obtención de recursos económicos para mantener el hábito; crímenes que se cometen bajo la influencia de las drogas y violencia unida a tráfico de drogas. 

El costo social y personal para las personas que tienen un problema de abuso, sus amigos, familia y el impacto que tiene en las comunidades es evidente y puede ser muy destructivo. Asimismo existen costos ocultos, a menudo económicos, que se relacionan con el abuso de drogas. Estos costos incluyen el sanitario, legal, prisiones, reinserción, ausentismo laboral, baja producción laboral, etc. Los costos macro sociales se pueden observar en la desorganización, el riesgo para la democracia y el estado de derecho, etc. 

Es muy difícil cuantificar las consecuencias personales, sociales y económicas del abuso de sustancias a escala internacional pero es necesario indicar que son significativas y preocupantes.

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